Texto inédito para Ballast | Série « Au quotidien le sport »
Durante las reuniones feministas celebradas en Gijón, Asturias (España), conocimos a Marina, una joven argentina que vino a Europa impulsada por su deseo de viajar y mejorar sus habilidades : Marina es jugadora de rugby. Y en Argentina es « un juego de hombres ». Ahora juega en Holanda, en el RUS, un club exclusivamente femenino y activista, mientras hace trabajillos y estudia. Del rugby a siete al rugby quince, de su club local a los clubes de aficionados, aún mejor dotados, de aprender a placar a jugar en los lluviosos partidos del norte de Europa, Marina ha visto muchos países y muchos campos en los últimos años. Lesionada en la mano, aprovecha este reposo impuesto para confiarnos este testimonio : vuelve sobre lo que debe a este deporte de equipo, y sobre lo que sacó de él desde un punto de vista más personal.
Cuándo la gente me pregunta con curiosidad y a veces hasta con asombro : ¿cómo empezaste a jugar al rugby?, suelo tomarme un momento para responder. Porque esa pregunta me remonta a mucho antes de que yo hubiese dado un « sí » ante la propuesta para empezar a jugar. Lo que pasa es que no puedo evitar recordar las veces que por accidente pasaba un canal de deportes en la TV y estaban esos enormes hombres-cis chocándose entre sí de una forma agresiva e hipnotizante. Y para ser honesta, las piernas que desfilaban en los cortos shorts de rugby se llevaban toda mi admiración. En la Argentina en que me crié, jugar al rugby era cosa de hombres performando masculinidades hegemónicas, de clase media y elitista. La primera vez que escuché que una chica jugaba rugby, estaba en la piscina donde entrenábamos para ser guardavidas. Ella comentó de forma muy casual que se había lastimado en un partido de rugby. Me quedé procesando esa información… – ¿rugby?, le dije. Y quise saber todo de eso. ¿Cómo es que una chica juega ese deporte ? ¡Yo también quiero!. Aunque sería difícil compaginarlo con los entrenamientos de guardavidas que estaba haciendo en ese entonces. Más adelante cuando ya había terminado mis entrenamientos. Me había ido a la universidad y me quedé charlando con un amigo que jugaba rugby. Me comentó que su club había abierto una categoría femenina y me invitó a participar. Yo inmediatamente le dije que sí.
Los entrenamientos empezaron con muchas chicas que nunca habíamos jugado, se nos enseñó todo desde lo más básico. Reglas del juego, técnicas de pase, tackles… Oh ! Los tackles. ¿cómo es ? hay que ir corriendo detrás (o de frente) a la persona del equipo rival que tiene la pelota y tirarla al suelo para recuperarla. Ajá. Esto es lo que necesitaba en mi vida. Una mezcla de emoción, adrenalina, incertidumbre ante eso que estaba experimentando. El primer entrenamiento de tackles lo hicimos un día de lluvia en una cancha que era completamente barro colorado, un tinte potente que conforma el suelo de Misiones. Anteriormente había hecho artes marciales, ya tenía cierta experiencia confrontándome con otras cuerpas. En jiu jitsu brasileño y clases de defensa personal me habían enseñado a tirar gente al suelo. Los equipos masculinos del club CCCM se caracterizaban por ser buenos en la defensa y haciendo tackles. Los entrenadores1 ponían mucho énfasis en las técnicas de tackle : mirar a la cintura de tu rival, avanzar a la persona sin quedarte a esperar que la persona avance hacia vos (buena enseñanza para la vida, dicho sea de paso), apoyar con el hombro y traccionar con los brazos, seguir corriendo mientras se lleva a cabo la acción, « abrazar » a la persona hasta que ambas se caigan al piso.
« En la Argentina en que me crié, jugar al rugby era cosa de hombres performando masculinidades hegemónicas, de clase media y elitista. »
Los primeros partidos fueron situaciones de derrotas constantes. Es que éramos las más nuevas e inexpertas de la liga Misionera. Sin embargo, podría ser que los puntajes no estuvieran de nuestro lado, pero la diversión, la adrenalina y lo inverosímil de estar jugando ese deporte si que lo estaban. Con cada partido mejorábamos tanto como equipo como individualmente. A mi se me daban muy bien las carreras rápidas, los tackles, recibir pelotas de aire, pasarla. En forma simultánea empezaba a encariñarme al deporte, así como de las personas que lo practicaban junto a mí. Era un espacio diferente de los que había habitado antes, un lugar donde no se me juzgaba mi agresividad, sino que se celebraba. Donde los cuerpos-mentes grandes y no hegemónicos eran bienvenides y necesarios. Donde podía compartir con gente, jugar, celebrar y ejercitar ¡todo al mismo tiempo ! En algunos días lluviosos y fríos de entreno o de estar exhausta después de correr los siete minutos más largos e intensos de mi historia2. Se asomaba la pregunta : ¿por qué hago esto ? ¿hay necesidad de estar exponiéndome a esta situación?, ¿quiero seguir partiéndome los dedos al medio ? Esas preguntas, que si bien importantes de hacerse, solían encontrar una pronta respuesta.
Jugar al rugby me hacía más feliz, tenía sentido exponerme a los lados menos alegres cuando miraba la foto completa. Porque al final aquello que te da alegría, o un sabor más dulce a tu vida, eventualmente también te va a lastimar de alguna forma. Querer evitar todo dolor, a nivel físico, emocional o espiritual, termina siendo un lento y triste camino a un sinsentido que te termina dañando más que todo lo anterior. Cuando quiero envolverme en un papel de esos burbujeantes para no golpearme, termino inmóvil, en un limbo de agonía mucho más grande que cualquier dedo roto o músculos con moretones azules y dolores mezclados de placer por el partido jugado. Con el tiempo el compromiso por la equipa se hizo mayor y los resultados en la cancha empezaban a mejorar. Yo me destacaba como una buena jugadora y me dedicaba a mejorar mis skills siempre que pudiera, me gustaba empezar temprano o quedarme después de entrenar para jugar con la pelota. Pases, patadas, recepciones de pelotas que volaban muy en lo alto. Que placentero agenciar y presenciar las transformaciones y aprendizajes de la cuerpa. Cómo una patada de drop3, que parecía la tarea más imposible de la existencia, empezaba a transformarse en una posibilidad.
Durante toda mi vida he soñado con irme a recorrer otros lados del mundo, las historias de mi padre viajando de mochilero por India en su juventud, o mi prima que cada vez que sabía de ella estaba habitando otro rincón del planeta, eran anécdotas que me llenaban de ilusión. Algún día yo querría hacer como elles, recorrer, descubrir, aprender de otras culturas. Vivir en otros lados. Ese sueño siempre estuvo conmigo, solo necesitaba sentirme lo « suficientemente adulta » y « capacitada » para largarme a emprender mis aventuras viajeras. Supuse que el momento llegaría cuando terminara la universidad. Así que tomé la decisión de que después de recibirme, mi momento de irme iba a llegar. Cuando estaba terminando mis estudios en psicopedagogía, apliqué para hacer un voluntariado de aprendizaje basado en el servicio social en Israel llamado « Yahel ». Y si se preguntan mi razón de elegir ese lugar, resulta que una parte de mi familia es de origen judío, por lo que Israel estaba presente en el imaginario familiar. Algunes familiares habían vivido o hecho voluntariados allí, por lo que creí que era un paso más estable para irme a vivir fuera del Argentina por primera vez.
Para mí, hacer un voluntariado era una forma de conocer mejor a la gente, a la vez que devolvía a la sociedad (del mundo) un poco de todos los privilegios que me rodearon durante mi vida. Muchos años después y mirando en retrospectiva, me doy cuenta de todo lo que ignoraba sobre la historia colonial de la región. Confieso que siento que necesito justificar mi elección de haber ido allí, o posicionarme explícitamente con respecto a lo que sucede en Israel y Palestina. Sin embargo, no me siento capacitada para hacerlo, hay gente que dedica su vida a comprender, divulgar, hacer activismo y sobrevivir esos territorios. Por eso prefiero abstenerse de opinar en este escrito. Incluso antes de ser aceptada al voluntariado, ya había investigado los equipos de rugby de allí. Me sentí especialmente atraída por una equipa llamada « Amazons » de Tel Aviv. Les escribí para pedir información y preguntar si me podía incorporar, me dijeron que sí. Antes de que el voluntariado comenzara me fui a Israel para experimentar la vida en un “Kibutz”, que son comunidades rurales basadas en ideologías socialistas. Cuando llegué a Tel Aviv fui a la oficina de Kibbutz a preguntar dónde me podía ir, me dieron una lista y terminé optando por uno que quedaba en Galilea. Al llegar me llevaron a la casa de les voluntaries, me encontré con personas de muchos lugares del mundo, incluidos para mi alegría, varios países de Abya Yala. Estando allí pude ir a un entrenamiento de rugby con el equipo local, pero a causa de la gran distancia e inaccesibilidad del Kibutz a la cancha, tuve que suspenderlo.
« Recuerdo mis primeras impresiones, las condiciones eran muy diferentes, este equipo tenía otro nivel económico y organizativo a lo que yo había conocido. »
Unos meses después me mudé a Lod para comenzar el voluntariado de cambio social. Mi servicio a la comunidad consistió principalmente en enseñar actividades deportivas. Cada semana iba a una escuela religiosa para niñas para enseñarles a jugar rugby. La gran mayoría no sabía que era este deporte, pero no tardaron en entusiasmarse por jugar con una argentina que no hablaba hebreo y con quién tendrían que practicar sus habilidades de mímica, interpretación y lenguaje de señas. En algunos cursos habían estudiantes que hablaban inglés y me ayudaban con la traducción. Era evidente la alegría de las niñas cuando practicamos el deporte y cuando notaban sus mejoras, habían quienes querían quedarse a jugar más allá del horario. Recuerdo cuando empezamos a practicar tackles, al principio me costó explicar el concepto de que había que tirar alguien al piso, yo estaba expectante a ver como las y les niñes iban a reaccionar. Una de mis gratificantes y alegres memorias están en esos días, sus caras que irradiaban una mezcla de asombro, alegría e incredulidad y euforia después de hacer sus primeros tackles me hacían sentir que la misión del día estaba cumplida. Gran parte de ellas no estaba habituada a permitir una libre expresión de su agresividad, porque su contexto escolar-familiar y social se encargaban de dejar claro cómo era la forma « correcta » de perfomar su género.
Conjuntamente a la gran experiencia de entrenar niñas, me uní a Amazons TLV. Tenía que viajar como una hora y media para llegar a los entrenamientos, irme en bici a la estación de tren y luego en bici a la cancha y viceversa. Pero no había cansancio físico y mental que me impidieran llegar a entrenar y aprender de jugadoras con más experiencia que yo. Aprendí mucho más allá del rugby. Encontré personas maravillosas con quienes me hice amigue y quienes me ayudaron a hacer que mi experiencia en otro país, fuera más acogedora y emocionante. Recuerdo mis primeras impresiones, las condiciones eran muy diferentes, este equipo tenía otro nivel económico y organizativo a lo que yo había conocido. Viajar a los torneos y comprar equipamiento no pareciera implicar un desafío monetario como pasaba en Misiones. Nos podíamos enfocar en jugar y mejorar nuestras habilidades. Me dejaba pensando cuán diferente es contar con los recursos, ojalá el deporte femenino en Misiones contara con más apoyo para que todas/es las que quisieran pudiesen acceder a la cancha y entrenar con materiales en buen estado.
El nuevo equipo tenía muchas características que lo hacían emocionante, había una sensación queer-lesbica-bi que me atraía como un colibrí a una flor. Como una chica bisexual criada en una sociedad LGBTI+ excluyente, no me solía encontrar con este tipo de población. Es por eso que, de repente encontrarme en un paraíso queer fue la respuesta a lo que yo estaba buscando. La equipa tenía mucha experiencia y se tomaban el tiempo de explicarme las jugadas y detalles técnicos del juego. Muy pronto empecé a competir con elles, me pusieron wing (que es la persona rápida que corre por los laterales). Partido a partido los tries4 fluían con más facilidad y me convertí en una jugadora valiosa para la equipa, y la equipa una parte valiosa de mi vida. Debido a mi necesidad exporatoria constante, decidí que quería seguir mi viaje de recorrer el mundo. No sabía a dónde quería ir, pero después de casi dos años empecé a extrañar la tierra Misionera, mis amigues y familia. Quedarme o irme iba a ser doloroso, porque había construido una bella vida, entre amigues de rugby y de voluntariado. Claro que las vidas nunca son como las cuentas perfectas de Instagram, o como las revistas para mujeres que te dicen « como vivir ». La vida es un infinito espectro de grises, donde el dolor está permanentemente latente.
Decidí volver a Misiones para descansar en mi nido y determinar el próximo destino al que volar. Después de mi vuelta, fue shockeante descubrir lo mucho que había cambiado todo desde que me fuí. Para bien y para mal. También fue un lento proceso re-conocer a mi gente querida, procesos que costaron y no se resolvieron como una esperaría. Esos días habían pasado con mucha neblina, se sentía raro aceptar que la vida sin Una continuaba, mi ego se sintió tackleado por dos jugadoras al mismo tiempo. Mi ánimo estaba por los pisos y mi medicina verde (porrito, maría, cannabis), en vez de alegrarme la existencia, empezó a crear una visión más borrosa del universo. Mi incapacidad de aceptar todos los duelos que estaba viviendo, y la angustia que me aquejaban, me llevaron a querer eliminar lo que sentía. Ya sabemos que así no funciona, los problemas no se disuelven en la neblina. Como buena argentina, decidí que quería irme a España. La fantasía de muches compatriotas, el reino con más diáspora argentina del mundo. Todavía no supero decir la palabra reino, ni su vigencia. Bueno, llegó el momento de irme a Barcelona. Rápido, para continuar con mi modalidad evitatoria, sin sentarme por un minuto a revisarme por adentro y procesar mi dolor, se me había olvidado como hacer eso por ese entonces.
« Después de unos meses en la granja, me quise ir de allí. Los trabajos eran forzados y explotadores. »
Me estaba yendo a Inglaterra. Mi hermano estaba viviendo allá en aquel momento, al menos tenía a alguien conocido. El invierno era muy crudo, oscurecía a las 3 o 4 pm, amanecía tarde y los días eran oscuros. La falta de luz era como una receta para la desesperación. Me fui a probar en un par de clubes, me quedé entrenando en uno donde prontamente me aceptaron para jugar un partido. Yo tenía muy poca noción de lo que estaba pasando, el tema es que elles no jugaban 7s, jugaban XV. Una modalidad completamente diferente de rugby. Ya no había que correr aceleradamente por 7 minutos, sino que había que estar 40 minutos. Gran parte de ellos esperando en una esquina el milagro de que te llegue la pelota. La cancha parecía más un ring de lucha en el lodo que un suelo con césped. La sensación del partido era como caminar en dulce de leche (o caramelo, para quien no entienda la analogía), era como querer correr en arena movediza en chanclas. Bueno, termino con los ejemplos. Y para completar la pintura, llovía y hacía frío. Diría que el partido fue una experiencia… interesante. Luego vino la pandemia y mi reciente vida en Londres y el trabajo de bartender que había conseguido se veían en riesgo. Así que después de un tiempo y gracias a un chico que conocí en Tinder, decidí irme a una granja para vivir y trabajar allí. Era una forma de estar en contacto con los bosques, otra gente y de tener trabajo. Los equipos deportivos estaban imposibilitados de entrenar, pero el rugby nunca se alejó de mi mente. Seguía entrenando, me iba a correr al bosque, hacía ejercicios de calistenia y todo lo que estuviera a mi alcance, para estar lista para jugar, cuando las condiciones lo posibilitaran.
Después de unos meses en la granja, me quise ir de allí. Los trabajos eran forzados y explotadores (redundante decir). Fuimos a la ciudad Birmingham con mi compañero de ese momento. Y claro, lo primero que hice fue ir a jugar cuando los clubes abrieron. No era como en Misiones ni como en Tel Aviv. En vez de transpirar y quemarme del sol. Me quemaba el frío y mis dedos perdían movilidad. Igual fue emocionante volver a la cancha, conocer chicas. No había competiciones por algunas medidas de seguridad que seguían en el país. Yo empecé a cuestionarme, una vez más, qué quería hacer de mi vida. Estaba trabajando como limpiadora de estaciones de servicio, viajaba por Inglaterra y Gales para limpiar las estaciones, casi todas las noches dormía en una ciudad diferente. Y, si bien eso era entretenido porque llegaba a conocer lugares, también era muy cansador. Mi cuerpa, con sus maravillosas manifestaciones psicosomáticas, me dijo (me dije) que algo tenía que cambiar. Empecé terapia y recordé que era importante tratar de hacer lo que yo quisiera, reconocer mi deseo y corresponderle. Hacía muchos años que tenía el sueño, la fantasía de estudiar un máster en estudios de géneros. Pero no creía que estuviera preparada para hacerlo. Se veía fuera de mi alcance. Un clásico patrón de personas socializadas como mujeres, para hacernos más funcionales al sistema patriarcal. Porque si estoy insegura, y creo que nunca soy suficiente, voy a frenarme ante mi deseo. Sacarnos la posibilidad de desear, eso es lo que quieren. ¿Quiénes?. Los que se benefician con el patriarcado, boluda — me respondí.
Mientras la terapia hacía efecto, empecé a hacerme la idea de hacer un máster en estudios de género. Encontré un programa que parecía muy interesante llamado GEMMA, que combina dos universidades de distintos países de Europa. Yo puse en mis preferencias que quería ir a España, para empezar a estudiar en español y luego ir a otro lado. Me asignaron la Ciudad de Oviedo para el primer año y Utrecht, en Holanda para el segundo. En Oviedo me uní a un equipo de la ciudad, llamado por la ciudad homónima. Ahí empecé a entrenar para jugar a XV, yo me sentía bastante perdida porque todavía no me acostumbraba a jugar en esa modalidad. Allí me enseñaron a jugar de esa forma y prontamente empezaron los partidos. Siempre tengo la sensación de que los partidos empiezan demasiado pronto, a veces no me siento preparada antes de jugar un partido. Bueno, la mayoría de las veces. ¿Cómo estar preparade para semejante experiencia?. No hay muchas cosas en la vida que se asemejen a jugar al rugby. Ir corriendo detrás de alguien para hacerle un tackle, o a la línea de try mientras otres tratan de llevarte al suelo con todas sus fuerzas, hacer un try, la conexión con las compañeras que te cubren y protegen en la cancha. Son experiencias, como decirlo… ¡únicas, supremas !
Jugué casi toda la temporada, al tiempo que iba a la universidad y me hice un bello grupo de amigues y personas muy especiales. Oviedo se parecía un poco a Inglaterra, en materia de clima porque solía llover y estar nublado, aunque algunos días eran muy hermosos. Abundaba la naturaleza y el color verde. Asturias y los alrededores tenían paisajes inigualables. También había cosas que me hacían ruido de estar allí, imagino que cada lugar tiene sus inconvenientes. Sentí que durante la temporada aprendí muchas cosas, tanto del juego, el deporte, como de mí misma. Salimos campeonas de la región, lo cual fue muy reconfortante. Después de eso me mudé a Holanda, y me uní a un club con categorías femeninas y queer. Es la primera vez que juego en un club conformado exclusivamente por mujeres y disidencias. Somos las protagonistas de la escena, no hay que disputar con un equipo masculino que tine más recursos, mejores horarios, más atención. Además, tienen un gran nivel organizativo, nunca había visto algo así. Hasta hay gente que se encarga de organizar fiestas y reuniones sociales. Tuve el placer de incorporarme a RUS, entrenar dos veces por semanas y jugar algunos fines de semana. Sentí que la equipa tenía valores importantes para mí y una comunidad diversa y abiertamente pro LGBTIQ+. La equipa tiene una filosofía donde el respeto prima en las relaciones entre todes, algo evidentemente fundamental. Tuve la suerte de jugar con elles por tres partidos y me llenó de alegría y calor cuando me eligieron como « Mujer del partido » en todos ellos. (No me tomé el tiempo de explicarles que estoy tratando de cuestionarme la cateogría impuesta de “mujer”). Los partidos fueron emocionantes y divertidos, me sentía en sintonía con mis compañeras en la cancha ¡y hasta hice algunos tries !
El tercero de los partidos estuvo especialmente difícil, hacía frío, pero mucho frío. El primer tiempo fue complicado, pero pasó. La equipa adversaria era muy buena y estaba dominando el partido, así que nos tocó ponernos la 10 en la defensa. Algunos tackles se quedaron en mi memoria cerebral y muscular. Eso es lo lindo, jugar un deporte te trae una alegría, unas experiencias esperanzadoras. El segundo tiempo se puso todavía más difícil, llovía, hacía como 7 grados, mis manos y pies se estaban congelando, la estaba pasando mal. Traté de empujarme por sobre mis límites. Y algo sucedió que me dejó asustada, mi dedo estaba roto. Ya me había quebrado casi todos mis dedos anteriormente. Una fijación con las manos, eh… Pero esta vez era diferente, estaba muy roto. Me llevaron al hospital y resultó ser que se había partido en tantos pedazos, que mi bello dedo iba a necesitar cirugía. La cirugía fue bien, pero emocionalmente dura. Las lesiones siempre lo son, asustan, son un recordatorio de lo perecedero de la vida. Una vez, una entrenadora que tuve me dijo que el rugby no lo es todo en la vida, esas agridulces palabras resucitan en cada desilución rugbística. A veces le doy la razón y otras me rehuso a creerle. Casi siempre en ese orden. A partir del suceso con mi anular derecho, no fui más a entrenar, todavía no puedo exponer mi dedo a semejantes esfuezos. Además acá ya es invierno, hace muy pocos grados. Estoy esperando a que las condiciones sean más amigables para volver a entrenar con mi equipa, porque el rugby no será todo en la vida, pero como la mejora.
Photographies de bannière et de vignette : Rugby-shots
- Utilizo el masculino genérico porque las personas a cargo de entrenarnos se identificaban como hombres cis.[↩]
- En la modalidad de rugby 7s, hay dos tiempos de siente minutos. Con un total de 14 minutos por partido.[↩]
- Una patada de drop es cuando se hace picar la ovalada en el suelo y luego se la patea por los aires, generalmente para el inicio de juego en la « salida de mitad de cancha » o en 7s para convertir los puntes en los postes que se llaman « hache » (por su forma similar a esta letra).[↩]
- Así se llaman los « puntos » que se hacen cuando una jugadora apoya la pelota tras la línea de try de la equipa contraria.[↩]
REBONDS
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